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Desde el coche de línea

Conservo la imagen grabada en la retina y vuelvo a ella con frecuencia. El autobús asoma al Valle del Henares, inicia la bajada por las curvas de la Cuesta del Moral y el niño de pueblo, que ha subido con sus padres en Riba de Santiuste al coche de línea para ir al mercado de Sigüenza, no acaba de creérselo. 

Contempla asombrado las siluetas del castillo y la catedral y a punto está de dar palmas. Recostada sobre una colina, con los tejados blancos por la escarcha, la ciudad comienza a desperezarse. Ve gente con alforjas que ha venido de los pueblos cercanos, empleados de corbata y curas de sotana. Ha descubierto otro mundo y Sigüenza será a partir de aquellos años sesenta el paisaje imborrable de su infancia. 

A través de la ventanilla empañada de aquel destartalado autobús, que años más tarde le llevaría cada mañana al recién inaugurado Instituto Martín Vázquez de Arce, descubrió la Sigüenza monumental y la Sigüenza de los mercados. La Sigüenza de las tiendas llenas de gente. La Sigüenza de las concurridas ferias otoñales de ganado en el Prado de San Pedro y la Fuente Nueva. La Sigüenza alegre y bulliciosa de la Alameda, en contraste con el recogimiento de los conventos de las Clarisas y las Ursulinas. La Sigüenza de la Plaza Mayor y de las callejuelas empedradas y estrechas de las Travesañas. 

Sigüenza aglutinaba todo lo que un niño de pueblo podía entonces soñar. Luego, llegarían otros sueños, otras ciudades, nuevas ilusiones y nuevos retos, pero las torres del castillo y de la catedral, vistas por primera vez desde la ventanilla de un coche de línea, han viajado siempre a mi lado. He conocido muchas ciudades, he visitado lugares de increíble belleza, pero nada tan emocionante y revelador como la vista panorámica de la Ciudad del Doncel en aquella fría y lejana mañana de otoño. 

Sigüenza, orgullosa de su glorioso pasado, sigue preservando las tradiciones y leyendas grabadas en sus edificios centenarios; manteniendo viva la llama de la hoguera de San Vicente y con la apuesta clara y decidida de ser reconocida Ciudad Patrimonio de la Humanidad. 

Javier del Castillo

Periodista

Letras Vivas