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Sigüenza: ejemplo paradigmático del nacimiento de una ciudad feudal

Tras la conquista del reino musulmán de Toledo por el rey Alfonso VI de León y Castilla a finales del siglo XI (uno más de los polos de la gran expansión que la sociedad feudal europea alcanzó durante la plena Edad Media), su territorio fue organizado siguiendo el sistema de “Comunes de Villa y Tierra”, consistente en crear “concejos” en los principales núcleos de población a los que se les otorgó la jurisdicción sobre un amplio término, llamado alfoz.

En el ámbito religioso se optó en un principio por que todo el territorio de la antigua taifa musulmana quedara administrado por la archidiócesis de Toledo, restaurada en 1086.

Pero, pasadas unas décadas, ante la conflictiva realidad político-estratégica creada en esta zona fronteriza con el reino de Aragón, el nuevo monarca castellano Alfonso VII y el arzobispo toledano don Bernardo de Seridac decidieron proceder a la restauración de las diócesis sufragáneas de Segovia (1120), Ávila (1121) y Sigüenza. 

En aquellos momentos la antigua sede episcopal de Sigüenza, que durante el periodo andalusí había quedado reducida a una pequeña aldea entorno a una fortificación secundaria que cubría el paso desde el valle alto del Henares hacia las tierras del Jalón, formaba parte de la Tierra de la ciudad de Medinaceli.

Obviamente, una pequeña aldea dependiente de una ciudad no podía ser la sede de un obispado. Por ello, siguiendo el mismo proceso que otras poblaciones que con anterioridad se habían convertido en centros de administración laica o eclesiástica (León, Barcelona, Paris, Londres o Toulouse, por citar los ejemplos más destacados), Sigüenza terminó convirtiéndose en urbe.

La transformación de la aldea en una importante ciudad fue muy rápida, consumada en apenas dos décadas. Un proceso que nos ha quedado bien documentado en el riquísimo archivo de la Catedral.

Así, tras los primeros privilegios fechados en 1124 y en los años siguientes en los que se recoge la dotación inicial de la diócesis por el monarca para impulsar la puesta en marcha de su estructura, el 16 de septiembre de 1138 Alfonso VII le concedió al obispo seguntino don Bernardo de Agen el “lugar en que está fundada la citada iglesia seguntina”, y la autorización para que el obispo pudiera acoger allí “cien vecinos casados que vayan con sus familias y todo lo que les sea necesario”.  Pocos meses después, un nuevo privilegio real, fechado el 14 de mayo de 1140, permitía al prelado instalar a otros cien nuevos pobladores “en Santa María de Sigüenza”.

Si trasladamos el concepto medieval de vecino (cabeza de familia) al actual de habitante, y empleamos el índice que los historiadores de la demografía utilizan para hacer las equivalencias entre uno y otro, tenemos como resultado de aquel proceso repoblador la sorprendente transformación de una pequeña aldea, en la que en los momentos de la restauración de la diócesis vivirían escasas docenas de familias, en una importante urbe de alrededor del mil habitantes. Cifra que alcanza su verdadera dimensión si tenemos en cuenta, por ejemplo, que el profesor Carlos Estepa calcula para la ciudad regia de León entre los 3.000 y 5.000 moradores durante esos siglos pleno medievales.

Estamos, pues, ante el nacimiento, perfectamente documentado, de la actual Sigüenza, que ha sabido conservar a lo largo de los siglos sus rasgos de urbe medieval por lo que bien merece su presentar su candidatura a Patrimonio de la Humanidad.

Plácido Ballesteros San-José
Profesor Asociado del Área de Historia Medieval de la Universidad de Alcalá.

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