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Por ti, sí

Paloma Sánchez-Garnica

Sigüenza, ciudad noble y antiquísima debería ser desde hace mucho tiempo Ciudad Patrimonio de la Humanidad. Y no solo porque cumple con todos y cada uno de los requisitos necesarios para serlo, sino porque los tiene de sobra. 

Se dice de Sigüenza que Dios sabe quién la fundó. Enclavada entre montañas castellanas en la comarca del Alto Henares, su historia se remonta a la Edad de Hierro. Plinio el Viejo ya la nombra en el siglo I a. C. y fue ciudad importante para celtas y romanos. 

Transitar por sus calles y travesías medievales es retrotraerse a un pasado cargado de historia. Su casco antiguo de trazado medieval está jalonado de iglesias y parroquias. Románico, gótico y renacimiento se mezclan en la eternidad de sus piedras. Las iglesias de Santiago Apóstol, la de San Juan y San Vicente, así como la Ermita del Humilladero, y por encima de todas la Catedral de Santa María cuyo origen se remonta a principios del siglo XII que acumula varios estilos arquitectónicos como huella del paso del tiempo sobre sus egregios muros.

Cuenta Sigüenza con un barrio judío, un palacio, el de Las Travesañas y una espléndida Plaza Mayor que se abre ante la fachada sur de la Catedral; porticada en el lado sur donde se encuentra el palacio del ayuntamiento y el inicio de la calle Mayor que sube hasta el castillo, y en el este en el que se erigen casas de canónigos y caballeros con sus fachadas blasonadas. En la zona oriental de la plaza se encuentra la Puerta del Toril que da salida al paseo de la Ronda y al puente del Arroyo del Vadillo. Y en su lado oeste se yerguen una serie de casa-palacios con arcos conopiales, grandes portalones y galerías balconadas, amén de la Tesorería del Cabildo, que otorgan en su conjunto un notable estilo renacentista. 

Destaca en Sigüenza un ilustre ciudadano, don Martin Vázquez de Arce, el famoso Doncel, cuya sepultura, en el interior de la Catedral, es una de las esculturas más exquisitas y ricas del gótico en España; lugar de visita obligada para cualquier forastero de paso por la ciudad. 

En lo alto de la ciudad se levanta el Castillo Fortaleza, hoy convertido Parador Nacional; tiene su origen en la época romana, los árabes construyeron entre sus muros su alcazaba y siempre tuvo fines defensivos por su particular ubicación. Los bombardeos de la Guerra Civil lo llevaron a la destrucción casi absoluta, pero resurgió de las ruinas en 1976 cuando se finaliza una reconstrucción total. El resultado lo ha convertido en uno de los paradores nacionales más espectaculares e insignes de los que tenemos en nuestro país. 

Esta ciudad milenaria llegó a contar con Universidad propia fundada en 1489, hasta que, cuatrocientos años después, pasó a depender de Alcalá de Henares

Sigüenza, además, se halla enclavada en un entorno natural único de pinares, senderos y vías pecuarias, en absoluta armonía con la historia que velan sus calles. 

Sigüenza tiene historia, arquitectura monumental, está rodeada de interesantes enclaves naturales, goza de una extraordinaria gastronomía con varios locales con estrellas Michelin, tiene cultura, vida y sentimiento. Perderse en Sigüenza es dejarse llevar por un cúmulo de emociones que merece la pena sentir. 

En este mundo en que vivimos en el que con demasiada frecuencia prima lo reciente, lo novedoso, lo moderno, se hace imprescindible conservar tanta y tan espléndida riqueza monumental, cultural, histórica, natural y gastronómica, con el fin de que llegue intacto y en las mejores condiciones a las futuras generaciones, que tienen el ineludible derecho a disfrutar, conocer y comprender la historia de todas las formas posibles.

Por todo ello resulta imprescindible y altamente recomendable que Sigüenza entre en el paraíso de las ciudades Patrimonio de la Humanidad.

Voto por ello.